Diario de una bailarina
Dedicado a mi otra afición, sin ella, a veces me costaría mucho respirar…
Bailar para respitar, bailar para vivir y para no dejar de soñar…
Demuestra a los demás que vales, hazles ver que si sirves para ello, muéstrales que merece la pena hacerlo.
Subir allí arriba, sentir el nervio en tu estómago, escuchar la primera nota y dejarse llevar, como si tus pies dejaran de formar parte de tu cuerpo. Entonces empiezas a volar; casi no te das cuenta, pero todos te admiran y el público enloquece, aunque tú no les ves, sólo les sientes; pero están ahí contigo dándote apoyo y calor.
Tú sabes lo que quieren, disfrutan contigo, pero no más que tú con lo que estás haciendo. No paras, pero no te cansas porque cada aplauso y sonrisa que atisbas en sus caras llena tu interior de energía, canaliza ese nervio, convirtiéndolo en arte, y tú dejas que fluya y se convierta en tu mundo entero.
Cuando terminas quieres más; jadeas con la satisfacción de un trabajo bien hecho; aunque siempre mejorable, porque siempre te puedes superar. Por eso siempre quieres más, se convierte en un vicio insaciable que te mueres por alimentar.
Pero entonces has de bajar del escenario, supone casi una obligación, un castigo, y satisfecha pero resignada a la vez, te cubres con los últimos aplausos y te diriges a las cajas, sabiendo que cuando pises el último escalón despertarás de ese sueño en forma de arte y volverás a la vida normal, con todos esos mortales que, minutos atrás te miraban atónitos. A partir de ese momento, soñarás cada día para volver a unirte a él, volver a disfrutar con él, y volver a flotar. Los días comienzan a convertirse en una locura: escuchas música y bailas en tu mente, bailas durante clase, bailas mientras comes y en la cama antes de dormir. Bailas cuando desayunas, cuando te duchas y cuando vas en el coche tu mente sigue inventando nuevas maneras de movimiento. Cuando estudias, deseas estudiar, pero acabas cediendo ante el baile. Cuando ríes bailas, y cuando lloras también bailas.
Tu vida se convierte en un único baile, una interminable coreografía que cada día te saluda con nuevos pasos.
Y esperas con impaciencia al día en el que te vuelves a encontrar con ese amado amigo, el único que puede darte lo que necesitas, el único que sabe saciar ese nervio en el estómago: el escenario.
Sueña y baila siempre.